S h e r l o c k G ó m e z
“El día de la despedida de esta playa de mi vida te hice una promesa: volverte a ver así.”
La oreja de Vangogh
"Ambos se dañan a si mismos: el que promete demasiado y el que
espera demasiado."
LESSING, Gotthold Ephraim
"Los
hombres son todos parecidos en sus promesas. Sólo en sus acciones es donde
difieren."
“Molière”
Era un día normal en las playas de Barcelona, un lugar que guarda
secretos y momentos que nunca se olvidarían. Ahí se encontraban dos jóvenes que
aunque se conocían de años su historia de amor comenzó hace muy poco. Era esta
playa testigo de todo lo que había sucedido para que él pudiera declarar su
amor.
Habían sido los mejores años de ella, sonrisas y alegrías, muy pocas
veces se encontraba con el sentimiento de tristeza o enojo. Ahí estaba Atenea sentada enfrente del mar
junto a él, otro día mas demostrando su cariño. Él la miraba detenidamente,
deseaba pasar todo el resto de su vida junto a ella.
— Recuerdas que aquí fue cuando te conocí la primera vez. — Miró el horizonte. Ella solamente asintió. — También
recuerdas cuando te compuse la primera canción y cuando te pedí que fueras mi
novia. —Su voz era seria y sin alguna expresión.
Ella asintió y recargó su cabeza en su hombro. — Hoy es nuestro primer
aniversario. —La miró y le dolía recordar lo que tenía que decirle, deseaba que
fuera una mentira.
—Recuerdo todo Iker, como podría
olvidar este momento. —Sonrió. —Creí que era algún sueño cuando me pediste eso.
Pero… no fue así, un mes junto a ti, el más bello año que he pasado. —Lo
abrazo.
Iker tragó saliva y cerró los ojos.
Suspiró y la miró. Se sentía el hombre más cruel del planeta. Atenea tomó su
mano y le sonrió, el alzó aquel agarre y besó delicadamente la mano de su
doncella deseando que nunca lo odiara después de lo que le diría.
—Atenea…—La miró. Soltó su mano y
agarró su cabello. —Sabes que te quiero. Te quiero tanto, haría por ti lo que
fuera. Y que aunque fui un tonto en darme cuenta tan tarde de lo que sentía por
ti, no me arrepiento ya que te conocí como mi amiga, y como la mujer que
siempre amaré.
— ¿Ocurre algo? —Preguntó
preocupada.
—A mi padre lo han trasferido a
Madrid. —Bajó la mirada. —Primero sólo era él quien se iba, todo estaba bien. Vendría
a visitarnos cada dos meses, después se acordó que cada fin de semana para no
extrañar tanto a la familia. —La miró y le dolía más verla de esa forma seria y
con ganas de llorar. —Pero mi hermana se le ocurrió la idea de mejor que toda
la familia se fuera. Por el gasto de todo los viajes que haría mi papá y era
mejor que nos mudáramos y conocer otros rumbos. Por supuesto que yo me rehusé,
por ti. Solamente por ti, Atenea. —Una lagrima cayó. —Pero fue imposible.
— ¿Cuando te vas? —La mirada de ella
estaba ya observando la arena de la playa. Su voz era frágil y sensible.
—En la madrugada. —Musitó. —Pero...
—Levantó su mentón y la miró fijamente. —Te prometeré algo. Aquí frente al mar
y al cielo que son testigos de nuestro amor, cómplices de todo lo que hemos
vivido. Que volveré, volveré por ti para ser felices. —La abrazó muy fuerte. Su
playera estaba ya húmeda. —Quiero que esto lo tengas contigo por favor. —Le
entregó un collar. —Deseo verlo cuando regrese. —Ella asintió. —Podrán pasar
muchos veranos, el tiempo transcurrirá, pero yo estaré aquí de nuevo en esta
playa. — La besó y se levantó.
Esas fueron las últimas palabras que
Iker le dijo a Atenea. Ella no comprendía porque sucedía eso, a sus diecisiete años,
era el primer novio que tenia y no comprendía la situación, lo perdía y no
había marcha atrás. En el caso de Iker no era su primera relación pero si la
primera persona que había amado, a quien le decía te quiero desde el corazón y
que le dolía todo lo malo que le llegara a pasar.
Ella iba cada día a la playa,
esperando a que él cumpliera su promesa. Miraba cada segundo que podía ese collar que era símbolo de su amor, símbolo de
aquella promesa que Iker le había hecho.
* * *
— ¡Mamá! —Gritó una pequeña en busca
de su madre.
— ¡Olaya no corras podrás
lastimarte! —La abrazó besando su mejilla. — ¿Tienes todo? Es momento de volver
a casa.
La pequeña estaba a punto de recoger
su último juguete que estaba en la arena cuando una pelota rodaba a sus pies.
Lo levantó y con una sonrisa volteó a ver a su mamá esperando a que ella le diera
algunos minutos más de tiempo para poder jugar con ella. Pero no tenía la
remota idea de que ese objeto tenia dueño el cual, corría ya hacia ella para
que le devolvieran su juguete.
—Mi pelota. —Apuntó el pequeño.
—Axel. Te he dicho que no tires
tan…—Aquella persona se quedó mirando a la madre de Olaya muy serio. Atenea lo veía
igual, la promesa lo había cumplido pero no de la forma que él hubiese deseado.
—Atenea. —Musitó.
Ella no sabía qué hacer, habían
pasado trece años desde ese día donde los dos habían sufrido por decisión de la
familia de Iker. Sus miradas se cruzaban pero no decían absolutamente nada.
Atenea levantó y cargó a la pequeña
Olaya y se dispusó a irse, al voltearse el collar salió a relucir y él lo notó.
—Aún conservas el collar. —Ella se
detuvó.
—Si. Prometí que lo tendría puesto
siempre y…—Lo miró. —Al menos yo cumplo con mi promesa.
Tomó las cosas de la niña y se dirigió
rumbo a su casa, Era un momento tenso para los dos y no sabían que decirse, sólo las miradas hablan entre ellas en un idioma
diferente.
Al llegar a su casa vio la fotografía de su esposo, aquella persona que
la amo hasta el último momento y que ella también quiso, pero quien tuvo que
competir con la sombra del primer amor. Él lo sabía y la apoyó, ayudó a Atenea
tal vez no a olvidarlo pero al menos a no pensar en ese recuerdo todos los días
como lo hacía antes. Su hija era su mayor fortaleza y esperaba que ese momento
fuera el único, no deseaba volver a verlo. Deseaba que su pasado quedara atrás
y vivir sólo el presente.
Había notado que él también como ella había hecho nuevamente su vida y se
notaba muy feliz. Ella era sólo un amargo recuerdo para él y que era difícil
pensar que algo nuevo podría lograrse.
Tres días habían pasado desde aquel reencuentro, Atenea no volvió a
pisar la playa, su hija le rogaba llevarla de nuevo pero prefería que se
divirtiera con algún amigo o en un parque de diversiones a volver a pisar la
playa más cercana a su casa.
—Pero yo deseo ir mamá. —Suplicaba
entre lágrimas Olaya.
—Otro día pequeña, ahora mamá no
puede. —Ver así a su hija le dolía, pero no quería encontrarse con Iker.
—Sólo un momento pequeño. —Las lágrimas
se hacían más constante, simplemente no podía negar el hecho de que el destino
quería que ella pisara la playa y volviera a recordar esos días de su
adolescencia.
—De acuerdo. —Suspiró. —Ve por tus
cosas y vamos a ir…—Sonrió. —Pero sólo un momento.
La pequeña Olaya se divertía, a sus
escasos cuatro años todo eso era un paraíso, hacer castillo de arena era lo
mejor que le salía. Corría hacia el mar y las pequeñas olas que llegaba a sus
pies le salpicaban, su risa era constante y ver feliz a su hija era lo mejor
que podía sucederle a Atenea.
Nuevamente aquella pelota rodaba,
ahora a los pies de Atenea y en esta ocasión no había sido un accidente. Iker
fue por la pelota mientras que su hijo se iba a divertir con Olaya, hacer
castillos de arena requería más de dos manos. El corazón de Atenea comenzó a palpitar más rápido de lo normal, los
nervios la estaban dominando y no quería que sucediera, necesitaba ser fuerte más
que ellos. Miró hacia arriba y ahí estaba él parado como hace trece años,
cuando se alejó de ella.
—Has vuelto. —Dijo
serena y sin voltear a verlo.
—Cumplí mi promesa. —Contestó al
momento que se sentaba a un lado de ella.
—Una promesa cumplida pero muy
tarde.
—Es mejor tarde que nunca. Prometí
que te volvería a ver aquí, en esta playa, quien ha sido testigo de nuestro a…
—No lo digas. —Lo interrumpió. —No
es verdad. No es testigo de nada.
—Déjame explicarte por favor. —Lo
miró. —Mi padre consiguió un asenso, fue difícil volver, nos mudamos de España.
Deseaba regresar pero no podía hacerlo sin ellos. Pero nunca… ¡Nunca! —Aclaró.
—me he olvidado de ti. Cada noche te recordaba, cada día te escribía alguna
canción, tú fuiste mi musa. Siempre te amé, Atenea. —Se quedó callado. —Cuando
me casé. —Suspiró. —Regresé, pero me dijeron que tú estabas casada y vivías con tu esposo. Pregunté tu dirección, ya
no para volver sino para decirte que yo siempre recordé aquella promesa que te
hice, no me importó los años que pasaron, yo deseaba decirte eso. Me dijeron
que te habías mudado a Valencia y ahí era más difícil encontrarte.
— Y ahora que regresaste ¿Qué
deseas? ¿Qué llore como una tonta y salte a tus brazos para jurarnos amor eterno?
— Él negó.
—Sólo quiero que me perdones por tardar
en regresar. No te obligaré hacer algo que no desees. Te sigo queriendo pero sé
que tu eres felíz con él y le agradezco tanto que te haya hecho tan felíz, no
hubiera soportado que yo me haya casado y saber que tú aún me esperabas.
Pero…—Se acercó. —Si me dices que me amas aún yo…
—Mi esposo murió. —Dijo. —Y nunca he
dejado de amarte Iker. Fuiste mi primer amor, el cual recordaré por siempre, en
este collar. —Lo señaló. —Están guardados todos nuestros recuerdos y por eso
siempre lo tendré puesto.
—Yo me divorcié. —Confesó. —Mi matrimonio
fue de mal en peor, pedí la custodia de mi hijo y por eso vive conmigo. —Sonrió.
—Entonces…
—Entonces deseo que los dos seamos
felices. —Dijo. —Veo que sí sabes cumplir lo que dices. Creí que no me
reconocerías cuando nos volviéramos a ver. Creí que mi rostro se había borrado
de tus recuerdos. Desearía cada día ver tu sonrisa al amanecer. Pero…—Miró la
arena. —No creo que sea lo mejor. Te quiero pero… no puedo vivir aferrada al
pasado. Fuiste y serás parte de mí, pero es mejor mirar al frente que atrás.
Él la escucho con atención todo lo
que había dicho y comprendió la situación. No podía pedir que luchara por lo que alguna vez fue un bello momento, ella tenía
razón.
—Por mucho que sigan pasando los
años yo te seguiré queriendo. —Tomó sus mejillas y besó delicadamente sus
labios. —Pero tienes razón. —Sonrió. —El destino nos volvió a reencontrar
solamente para cumplir eso que teníamos pendiente. —Se levantaron los dos y se
sonrieron. —Qué seas feliz en tu vida. —Ella trató de quitarse el collar pero
él la detuvo. —No te lo quites por favor. Quiero que eso te haga recordar que
tendrás un viejo fiel amigo con el que contarás por el resto de tu vida. —La
abrazó.
Y así fue como Atenea e Iker
cerraron un bello momento de su vida la cual tenían pendiente, y tal vez no
habrá sido el final felíz que deseaban, pero sabían que era lo mejor para los
dos.
Fue esa playa cómplice de todo: de
una promesa cumplida y el comienzo de un recuerdo inolvidable.
Nota: Prohibida la distribución total o parcial del texto.
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